Dos en una moto.

papero 26/2/2015, 21:29

Prefacio:
No lo lean como al pasar. Disfrutenlo, saquenle mucho jugo. Imaginen al "Negro" Fontanarrosa, contando esta historia solo para Uds. en algun cafe.

Dos en una moto.

Yo estaba esperando el 207 ahí, en la esquina de Ingenieros y Avellaneda. Y los vi venir por Avellaneda, doblando así por la curva que se abre allá, enfrente del estadio.
Venían para el centro. Bah… pensé que venían para el centro, como para el centro. Y, le juro, serían las ocho de la tarde, casi las ocho de la tarde y usted vio que a esa hora, en el verano, todavía está claro pero el sol ya pega un poco de refilón. Entonces con los reflejos del sol sobre la moto, y le digo más, sobre ellos mismos, tan rubios, yo lo único que vi fue como un relumbrón, como si se acercara una bola de fuego. O una nave espacial. Era increíble. Podía ser una nave espacial o incluso-usted se va a reír- uno de esos caballeros medievales, que brillan cuando les da el sol de refilón porque están llenos de metal, de armaduras, el escudo, los cascos, las lanzas. Y era más impresionante –o tal vez a mí me impresionó- porque usted vio que estas motos de ahora no hacen ruido. Es increíble porque levantan una velocidad impresionante pero van silenciosas, parece que pasaran en zapatillas enfrente de uno porque no hacen ruido. De cualquier modo, estos chicos no venían rápido, porque esa es la verdad, no venían rápido. Ni siquiera eso, ni siquiera eso se les podría haber reprochado. Yo estaba esperando el ómnibus ahí, ya tenía las monedas en la mano, y ellos vienen con la moto así y, cuando corta el semáforo, vienen y se paran justo ahí, ahí, enfrente mío.
Le aseguro que yo estaba, cómo decirle: impresionado. Porque eran hermosos, parecían de esos dioses griegos. No debían tener más de 22, 23 años. Uno, el que manejaba, tenía puesto en la cabeza un pañuelo tipo pirata, como los usan los chicos ahora, rojo creo que era, o naranja. Le diría que era el único detalle que llevaban, como decirle… a la moda. Sofisticado, digamos. Además de la moto, por supuesto. Porque después iban en malla, esas mallas largas hasta la rodilla. El que manejaba iba en ojotas, el de atrás descalzo. El de atrás era el que llevaba bajo el brazo la tabla de wind-surf. No hablaban. Seguro estaban cansados de tanto hacer deporte en La Florida, o en la isla. Casi seguro que en la isla, que es más exclusivo. Debían jugar volley, sin duda. De esos pibes que además de ser jóvenes, fuertes y hermosos, juegan al volley y juegan bien, hacen wind-surf y lo hacen bien, juegan al rugby y lo juegan bien, hasta en una de ésas están en los Pumas y todo esos muchachos. El de atrás no tenía malla, ahora que me acuerdo. Tenía puesto un vaquero cortado todo roto. Y lo llevaba con el desparpajo con que sólo un tipo de guita puede llevar ropa rota, porque sabe que nadie va a pensar que usa eso porque no tiene plata. Usted a veces tiene una ropa medio gastadita y ya le anda mezquinando a la vista porque no quiere que se note que anda en la mala. La gente de guita, no. No le importa. E iba descalzo, el de atrás iba descalzado. Los dos tenían, ¿vio?, esos físicos trabajados, pero trabajados sin exageración. Fibrosos. Esos chicos esbeltos, bastante altos, de espaldas anchas, caderas estrecha y piernas finas y musculosas. Y esa vellosidad rubia en todo el cuerpo, casi imperceptible, fina, pero que le juro, al sol, al rayo de refilón del sol, brillaba y parecía como que los dos estuviesen plastificados, o como si tuviesen una aureola, algo notable. No hablaban. Uno, el de adelante, giraba apenitas el acelerador de la moto, esperando la luz verde, y el motor ronroneaba como un gato. O como un perro que lo están haciendo enojar. El otro, el de atrás, el que llevaba la tabla de wind-surf, se acomodaba un poco el pelo, nada más, que se le caía arriba de los ojos. Cuando el semáforo les dio paso, arrancaron como para seguir para el centro. Pero seguro que no iban para el centro. Para mí que iban a tomar Córdoba hacia arriba, hacia Fisherton, porque esos pibes con seguridad eran de Fisherton. Y llegarían a una de esas casas hermosas de Fisherton, que ocupan casi un cuarto de manzana, con parque, con perros adiestrados, de razas raras y un par de autos en la puerta. Saludarían a vecinos amigos antes de llegar a la casa, andando por esas calles tan anchas y llenas de árboles, porque todos conocerían a esos chicos… si han nacido allí. Y son buenos chicos. Algo traviesos, como todos, pero buenos chicos. Estudiosos además. Porque uno mete a todos en la bolsa y supone que estos pibes de familia rica son medios pelotudos o que están todos en la pavada, sólo preocupados por salir con minas o por lucir las pilchas con las marcas de moda. Pero no, seguro que éstos, además, son pendejos estudiosos o al menos el de adelante es muy estudioso y el otro zafa, sin duda. Deportistas, sanos, ¿vio? Y al llegar a la casa, con seguridad el viejo de ellos –porque me parecieron hermanos, le aclaro eso- estaría preparando un asado con algún amigo. De esos tipos que empiezan a hacer el fuego desde temprano, ¿no?, aunque el atardecer es la hora en que se vienen todos los mosquitos, pero a ellos les gusta empezar temprano, tomándose un whisky con algún amigo también medio veterano mientras comentan el partido de golf que han jugado a la tarde en el country o en el golf, seguramente. Digamos que la pileta de natación está ahí nomás y el perro adiestrado la recorre medio nervioso por el borde tirándoles mordiscones a los mosquitos o mirando inquieto cómo revolotean los murciélagos, pero ellos, los tipos, el viejo de los chicos y el amigo no se meten al agua porque ya han vuelto del golf y se han bañado y ahora están de pantaloncito corto blanco con ribetes rojo marcando la entrada de los bolsillos y zapatillas Gap y remera de marca, charlando lo más piola. Entonces, casi seguro, los chicos llegan, saludan, dejan la moto, la tabla de wind surf y van a darse una ducha. Casi siempre está por ahí la madre, también alguna amiga: siempre hay mucha gente en esas casas grandes, abiertas, alguna pendeja muy linda que es una vecina y que anda atrás del que maneja la moto pero éste no le da bola porque está de novio muy seriamente con otra mocosa que estudia para modelo. Y los pibes irían a salir esa noche, sin dudas. Sábado, le recuerdo. Pero a salir de joda, no con las novias. Porque a veces en estas familias de dinero la cosa es así, medio rígida, aunque usted crea que es un viva la pepa. Está la novia para casarse y las minitas para encamarse, es como si estuviera establecido.
Entonces los chicos hablan por teléfono con una, con otra, tranquilos, sobrando la situación, porque son ganadores, ¿me entiende?, son ganadores, pintones, educados, con guita, con buenas pilchas, con el auto último modelo que les presta el viejo, con el bulincito que les presta el viejo o el tío, y no les calienta demasiado saber que al otro día a la mañana tienen que jugar un partido de rugby porque todavía físicamente se las aguantan, aunque salgan de joda. No hay con qué darles. No se los puede humillar ni siquiera jugando al fútbol, eso es lo malo. Porque también juegan bien. Juegan bien, se lo garantizo. El que maneja por ahí es medio torpe con la pelota, pero es muy fuerte, rápido y no se cansa nunca. Usted le puede meter un túnel, otro, pero al final se la roba, se la chorea y a otra cosa. Y el de atrás directamente juega muy bien. Muy bien juega. Le pega fuerte y es hábil. Podría jugar en la Liga 25 de Mayo, le juro, que está llena de reos, y lucirse, mire lo que le digo. Y no arrugan. Porque están acostumbrados a los choques de rugby, a recibir y a pegar callados. El de atrás es muy posible que se haya formado en Ñuls, de más chico, y haya jugado en inferiores un par de años. Largó después, por los estudios. Y porque el fútbol es muy duro, no jodamos, y estos pibes están acostumbrados a otra vida, a otra comodidad, a otros amigos incluso. Éstos han viajado más de una vez a Europa y los pobres pibes de las inferiores del fútbol llegan en general desde el campo, son medios primitivos, nobles, pero no saben hacer la “o” con el culo de un vaso. Y ahí, en el jardín de la casa, se ha hecho de noche, se han retirado un poco los mosquitos, se escucha el canto de los grillos. Y todo huele bien, ¿me entiende? En esos sitios todo huele bien. El césped recién cortado, los jazmines, el aroma de la carne asada. Por ahí no hay basurales cerca, ni chiqueros, ni agua servida de las zanjas. Y después de picar algo, está clavado que los pibes le dicen al viejo que van a salir. Los amigos del viejo los cargan; ya han comido, ¿vio?, y la madre les dicen que se cuiden, todas las madres son iguales. El viejo posiblemente se levanta y deja el jardín para meterse en la casa por las puertas vidriadas bien grandes que están abiertas. Es una de esas casas muy amplias, con piso de madera medio amarillita, en tablones entarugados bien largos que cuando uno camina ahí en zapatillas hacen un ruido como de gimoteos, un chirrido, un pellizco de ruido. Hay un segundo piso, escaleras, luces no muy estridentes, un par de siervas –que están en la casa desde hace una pila de años- preparando el postre. El viejo de los pibes les da las llaves del Mazda rojo, les pregunta si tienen guita, les recomienda que no vayan rápido. Después, cuando el viejo vuelve a la mesa con el grupo de amigos, la madre le pregunta si los chicos habrán llevado forros y todos se ríen. Y, ¿vio?, yo supongo que los pibes se irán de joda con alguna de esas minitas que laburan en los shoppings, esas pendejas que están buenísimas y que por eso las eligen para laburar. Que no son muy brillantes ni muy inteligentes pero que les gusta la joda y se enloquecen con un par de mocosos como estos chicos, con esa pinta, ese coche y alguna guita para gastar en la billetera, cosa que uno nunca ha tenido con demasiada frecuencia. Y seguro que después el coche saldría, primero por las calles de Fisherton casi desiertas a esa hora y no sé si los chicos no habrían encendido la radio para escuchar un poco de esta música moderna, quizá a un volumen alto que ni siquiera a ellos les agrada. Pero es sábado a la noche, se van de joda, son jóvenes, tienen nafta en el tanque del Mazda y un mango en el bolsillo para gastar con las butiqueras. No le digo muy fuerte el volumen de la radio con música moderna, nada estruendoso, ni la mitad del estruendo que yo escuché a poco de que estos pibes superaran el semáforo de Ingenieros y Avellaneda y que me hizo dar vuelta para verlos como a 50 metros, rebotando los dos por el piso como pelotas y la moto deslizándose por el pavimento como un torpedo, pegando contra el cantero central del boulevard y levantando una cantidad de chispas que, le garanto, parecían despedidas de la colada del horno metalúrgico donde yo laburo.

Roberto Fontanarrosa

Puppy 26/2/2015, 23:26

Sencillamente genial.. Me falto el cafe, el cristal de la ventana que da a la ochava y ese ruidito a vapor que hace la maquina cuando "tira" los expresos..
Joder..!!