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Algo muy lindo.

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Mensaje  papero 10/12/2014, 12:30

Hace un tiempo lei, en una revista especializada, este breve, sencillo y atractivo cuento. Lo escribio alguien con la simpleza del no profesional, pero con un toque personal exquisito y con conocimientos sobre el tema que nos nuclea en este foro.

Por supuesto que, solicite autorizacion aL Director Editor de  la revista INFORMOTO, Sr. Monasterio, quien gentilmente me autorizo a reproducirlo

www.informoto.com
www.informotoclub.com
www.informotodel15.com
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No lo lean apurados, disfrutenlo, metanse en el personaje!!!
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El encuentro motociclístico en General Lamadrid se estaba desarrollando normalmente. Diferentes grupos se habían formado alrededor de los fogones alimentados por la leña que los organizadores, de acuerdo a la publicidad previa, proveían gratuitamente y estaban integrados por miembros de clubes de motos que habían llegado juntos y otros que se habían conocido allí.

La maquinaria presente, de más está decir, era sumamente ecléctica: motos japonesas por aquí, motos europeas por allá, motos americanas, motos nacionales y motos “chinas” (como se suele rotular a cualquier marca oriental que no es japonesa), motos clásicas y motonetas, motos de pequeña cilindrada y motos de gran cilindrada. Hasta un par de motos con sidecar. El espectro motociclístico en pleno.

La zona era arbolada y el clima del fin de semana de primavera no podía ser mejor.

Eduardo Peña se había sumado al desfile por el centro de la ciudad con su Suzuki DR350, la que usaba para andar por la calle y también para aventurarse por la tierra gracias a las prestaciones doble-propósito de la máquina en cuestión. De vez en cuando la sacaba a la ruta con su grupo aunque en ésta oportunidad decidió irse solo al encuentro en General Lamadrid. Como no era muy amigo de andar haciendo campamento, se había reservado con tiempo una habitación en el céntrico Hotel Europa.

Salió temprano ese viernes desde González Catán por la Ruta 3, paró a estirar las piernas y tomarse un cafecito en Las Flores y después de un breve desvío por la Ruta 226 y las provinciales 51 y 86, cubrió el último kilómetro por la 67 para entrar en la ciudad. Pasó un cartel que leyó en voz alta: ”Balneario Municipal Eduardo Baraboglia, tocayo mío Don Baraboglia…”

Esa noche ya había actividad de los asistentes al encuentro y no tuvo problemas en entablar conversación con algunos colegas de las dos ruedas estacionados alrededor de la Plaza San Martín, justo enfrente a su hotel.

Habló con el de la Indian Chieff  48, el de la Ducati 175 Super Sport 58 restaurada a cero, roja y dorada, con los “ganchitos” en el tanque y los silenciadores “Silentium” que se hacían dobles al final del caño de escape único. A pesar de que nunca estuvo interesado en las “choppers”, alternó con uno que se había hecho una a la vieja escuela con una BSA 500 varillera sin suspensión trasera y a la que le había incorporado la tradicional horquilla exageradamente extendida y un tanquecito de combustible “gota de agua” con medio litro de nafta de capacidad como mucho. “Este debe parar cada diez kilómetros a cargar” – pensó.

Habló con la pareja del sidecar y con el señor de la Royal Enfield. También con las otras dos chicas que habían venido de Huangelén en una motoneta Rumi.
Tres o cuatro motos más allá estaba la Gilera B300…y la dueña de la Gilera B300, una morocha muy importante de unos 32 o 33 años con mono de cuero negro enterizo con una raya colorada que le bajaba por las mangas y otra que empezaba debajo del brazo y recorría todas las curvas del cuerpo hasta desaparecer dentro de las botas negras Alpinestars. ¿Mencioné que tenía ojos verdes? Bueno, tenía ojos verdes, los labios pintados de rojo Ferrari y dientes muy blancos. Decir que era una barbaridad es quedarse corto.

Estaba sentada de costado en la “chancha”, como se apodaba afectuosamente a la Gilera B300 (B por bicilíndrica) que, si bien no parecía restaurada, se encontraba en perfecto estado de conservación. Tenía el tanque colorado y todo el resto era negro con algunos detalles cromados, como los amortiguadores y el soporte del guardabarros trasero. El gran motor con característico cárter ancho de aluminio pulido era un punto focal. Algunos pensábamos que de allí venía lo de “chancha” pero aparentemente el motivo era porque se “achanchaba” cuando los cilindros de hierro de los primeros modelos levantaban temperatura. Sobre el guardabarros delantero tenía el cartelito vertical de metal con el nombre Gilera sobre fondo rojo. Los silenciadores eran de aluminio y tenía el asiento individual, como las que usaba la policía y a las que llamaban “patrulleras”. El interés de Eduardo, obviamente, no estaba centrado en la Gilera pero por allí llevó la conversación, enterándose que era una modelo 1969 fabricada en Argentina con tapa y cilindros de aluminio. El sistema eléctrico de 12 volts utilizaba aquel temperamental alternador Nashville que dejaba de cargar andando en ruta cuando sus portacarbones de nylon se calentaban.

“Disculpame, no me presenté. Eduardo Peña. Estoy allá, con la Suzuki DR350” – y señaló en dirección a su moto.
“Encantada – respondió ella – Rosa Gilera”.
“¿Rosa Gilera? ¿En serio te llamás así?” – preguntó Eduardo, pensando que era una broma.
“No, en serio, así me llamo pero nada que ver con la fábrica de Italia o la de Spegazzini”.
“Pero que casualidad…y  ¿de dónde venís?”
“Vengo de Coronel Suárez, no muy lejos de aquí”.
“Te invito a comer algo y me contás más de tu Gilera, ¿dale?” – arremetió Eduardo jugándose a un rebote ignominioso. Pero le salió bien.
“Dale” – respondió Rosa y esa misma noche, en una mesa en la vereda de Le Best Pub de General Lamadrid, empezó una conexión inmediata. Pasaron las horas y hablaron de todo y también de motos.

Como a la una y media se despidieron.

“Yo estoy en el Europa, aquí cerquita y vos, ¿dónde estás parando?” – le preguntó Eduardo.
“Estoy para el otro lado, haciendo campamento pero nos vemos mañana, no?”
“Si, si, por supuesto” – se apresuró a contestar él. Te invito a tomar el desayuno en mi hotel, tipo nueve. ¿Qué te parece?”
“A las nueve estoy allí” – se despidió Rosa Gilera, con un beso que duró un poco más de lo esperado y dejó rastro de rojo Ferrari en la mejilla de Eduardo. La “chancha” arrancó de la primera patada.
Al otro día tomaron el desayuno a las nueve, siguieron conversando y se dieron cuenta que no querían que el fin de semana terminara. A las diez y media, Eduardo sugirió visitar los alrededores y salieron en las dos motos. Pararon en la vieja y desierta estación de tren donde notaron que no era Lamadrid sino La Madrid, según decía el cartel. Y siguieron hablando de todo.

Eduardo recordó el balneario Baragoglia y hacia allí fueron. El lugar era lindísimo, arbolado y pasaron un rato largo a las orillas del Río Salado con una vista magnífica. Alrededor de ellos el encuentro se seguía desarrollando pero Rosa Gilera y Eduardo Peña estaban en otro planeta. En un momento se tomaron de las manos mirando al río y disfrutaron de un atardecer glorioso.

A la noche cenaron algo en el pueblo y siguieron transitando por esa dimensión propia que habían creado ya desde el día anterior. Tomaron un helado y Rosa se manchó la campera con dulce de leche granizado, que limpió a medias con la servilletita de papel.

Uno de los dos tuvo la idea de salir a recorrer un poco más. Eduardo presionó el botón de la Suzuki para dar vida al motor y Rosa Gilera arrancó la B300 nuevamente de una sola patada pero cuando apretó la leva del embrague para poner primera, se escuchó un “¡tang!”, ese peculiar sonido cuando se salta la soldadura de plomo del final del cable.

“Pero que macana, no te preocupes, voy a ver si alguien tiene un evita-soldadura…” Inmediatamente, Eduardo empezó a averiguar entre los presentes y justamente el de la BSA chopper, con el que había estado hablando el viernes, sacó de las alforjas el tan preciado elemento, se lo colocaron y continuaron el paseo que terminó muy tarde, con tragos en una confitería. Y se rieron mucho entre cuentos y motos.

“Yo tengo que volver mañana a González Catán pero podríamos vernos el fin de semana que viene en Coronel Suárez” – sugirió Eduardo.
“Si, sería buenísimo” – contestó entusiasmada Rosa Gilera.

El domingo volvieron a desayunar en el Europa.

“¿Dónde te encuentro en Coronel Suárez?”
“Hay una casa de motos que se llama Moto Italiana, cerca del centro”.
“¿Y en qué horario estás?” – preguntó Eduardo.
“Y…yo siempre estoy ahí. Solamente tenés que preguntar por Rosa Gilera…”
“Bueno, el sábado que viene después del mediodía estoy en Moto Italiana, firme como rulo de estatua. ¿Querés que te llame para confirmar?”
“No, no es necesario, Eduardo. Allí voy a estar. Allí estoy siempre…Te espero…” – cerró Rosa Gilera.

Como a las diez y media aprontaron las motos y se besaron en los labios. No había nada más que explicar. Los cascos los separaron a cada uno en su mundo. Llegaron al acceso a la ruta y tomaron caminos diferentes. Un par de toques de bocina y se despidieron hasta muy pronto, apenas seis días después volverían a encontrarse y confirmar si ese fin de semana había sido real o simplemente un sueño.
Toda esa semana Eduardo pensó en el reencuentro y el sábado salió para Coronel Suárez.
   Entró al pueblo a eso de las 2 de la tarde. Un poco más adentro, preguntó por Moto Italiana y le fue indicado un local sobre la Avenida Casey.
   Estacionó enfrente, se miró en un espejo de la moto y se pasó la mano por el pelo para asegurarse que lucía bien antes de entrar.
   -Buenas tardes – saludó al empleado que estaba pasando el trapo al lote de motos usadas quien, con una sonrisa, respondió:
   -Buenas tardes, caballero. ¿En qué lo puedo ayudar?
   -Vine ver a Rosa… - y ante la expresión de intriga del empleado, agregó:  -A Rosa Gilera.
   -Ahhh, Rosa Gilera, por supuesto, está en el local de al lado, pase nomás… - y Eduardo atravesó una abertura en la pared que dividía los dos locales, pasando entre unas camperas Motorman y un display de manubrios Wagner.
   En la vidriera que daba sobre la calle lateral vio a contraluz una silueta montada en una moto sobre una tarima. Se acercó lentamente mientras trataba de entender qué hacía Rosa subida en la Gilera, inmóvil, mirando hacia fuera. Reconoció el traje de cuero con las rayas rojas en las mangas y a lo largo del cuerpo, pero cuando la enfrentó quedó paralizado y sin entender nada…
   El maniquí tenía las facciones de Rosa, el pelo negro hasta los hombros, los mismos ojos verdes, los labios rojos y una textura casi humana pero sin vida. Estaba perfectamente proporcionado y terminado de una manera extremadamente realista. Eduardo seguía sin entender hasta que notó una mancha clara sobre el pecho de la campera y recordó el helado de dulce de leche granizado. Las ideas se le atropellaron, todas al mismo tiempo, hasta que salió a flote otra: el evita-soldadura. Clavó la mirada en el manillar de la B300 y allí estaba…¡el evita-soldadura que le dio el de la BSA chopper!
   El empleado lo había seguido, sin notar la actitud de confusión de Eduardo.
   -Rosa Gilera. ¿Parece viva, no? – le comentó para continuar – La hizo el antiguo dueño, que era fanático de Gilera y también tenía algo de escultor, allá a principios de los setenta. Se inspiró en su hija Rosa, que falleció muy jovencita…Rosita Gilera…mucha gente viene a sacarse fotos con ella…
   -Pero entonces…¿no hay una persona que se llama así? – preguntó Eduardo, tratando de forzar algo de sentido en toda esa locura.
   -No, no, solamente el maniquí. El escultor la bautizó así…y usted tuvo suerte que vino hoy; el fin de semana pasado estuvimos cerrados desde el viernes porque nos fuimos todos a una carrera de speedway en Bahía Blanca y se la hubiera perdido. ¿Se quiere sacar una foto con ella?
   Eduardo sacó la cámara del bolsillo y el empleado le tomó dos o tres, pero su mente daba vueltas sin control hasta que finalmente pudo organizar sus pensamientos.
   -Así que el fin de semana pasado estuvieron cerrados…- acotó Eduardo, como empezando a entender lo que pasaba.
   -Sí, y en quince días vamos de vuelta a correr a Bahía Blanca el fin de semana largo del 12 de octubre, así que cerramos desde el jueves. Si gusta acompañarnos a la carrera, salimos de aquí al mediodía…
   Eduardo tenía fija la mirada en los ojos verdes perfectos pero sin vida que miraban a la distancia a través de la vidriera y, sin dejar de mirarla, le contestó: -Sí, creo que voy a volver el jueves dentro de dos semanas. Pero ustedes…¿van seguro a la carrera, no?
   -Por supuesto. Estamos primeros en el campeonato. ¿Me permite? – pidió permiso el empleado quien pasó a repasar con el trapo las cubiertas de la B300, intrigado por unas marcas, como si la moto hubiera andado por tierra…
   A Eduardo le pareció detectar un destello en la mirada del maniquí. Probablemente, el reflejo de un auto que pasó por la calle…
FIN

Titulo:  Rosa Gilera.
Autor: Hector "Nuni" Cadermartori
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Mensaje  yoni 10/12/2014, 14:18

Papero ,exelente relato...!!!


NO A LAS DROGAS...!!!

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Mensaje  Manna 10/12/2014, 14:37

Jejeje

Muy lindo Papero.

Vi esta foto en el diario y me acorde de vos.

Algo muy  lindo. 19titt

Abz
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Mensaje  Invitado 10/12/2014, 15:09

PAPERO,EXCELENTE!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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Mensaje  fede12 10/12/2014, 15:21

pero que original che!

http://www.imdb.com/title/tt0093493/




Algo muy  lindo. Mannequin
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Mensaje  emilio 10/12/2014, 18:54

Voy a hacer una aclaración: soy nativo de General La Madrid y no es un rio, es un arroyo el del balneario, el famoso "arroyo salado".
Muy buen cuento
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Mensaje  chapita y . 10/12/2014, 22:20

Eduardito..... se hizo 580 km para tener una ADV con la Rosita y se quedo muy CALENCHUUUUU..... Embarassed


Pero no todo estaba perdido...... Eduardito termino cenando en el hotel de Cnel Suarez con el trolazo de la casa de moto... I love you


Moraleja...Empleado en Suarez ....y...Rosa de lejos... albino



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Mensaje  O V A 12/12/2014, 12:56

Muy bueno el relato! parece de Cortazar!
Papero: sos un romántico!
Abrazo
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Mensaje  Edum 16/12/2014, 08:01

ME ENCANTO !!
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