cuidado hay conchudas sueltas

Una señorita que sueña con casarse y formar una familia es una Susanita. Una mujer armada hasta los dientes para cazar un marido, entrenada militarmente para tender emboscadas matrimoniales y obsesionada peligrosamente con la fiesta de bodas, es simplemente una conchuda.
La conchuda suele vivir en Almagro, Caballito o Belgrano, en un departamento de tres ambientes heredado de la abuela. Vive con su familia, que está compuesta por su padre, un empleado bancario; sus dos hermanos –una mujer y un varón más chico- y su madre, una conchuda cuyo fracaso la dejó a medio camino.
La madre de la conchuda es una terrorista emocional que adiestró a su hija para ser la esposa de alguien. Toda su frustración se transformó en una fuente de sabiduría dedicada a que su hija consiga un porvenir digno y la rescate de las penurias y miseria moral que implican vivir del magro sueldo de un empleado bancario.
La conchuda cree que fue una niña bien y está orgullosa de haber asistido a un colegio religioso, como el Esclavas o el Misericordia. De manera insólita siempre creyó estar recibiendo una buena educación porque asistía con uniforme a un colegio privado, sin enterarse que costaba poco más que una cooperadora estatal. El único motivo por el que incursiona en las carreras tradicionales es la búsqueda de marido. Salta de facultad en facultad a la caza de futuros médicos y abogados que quieran desposarla.
La conchuda aprendió desde pequeña que el fin último en la vida de una mujer es “casarse bien”. Se transformó en un tomógrafo de fortunas, en un sabueso de maridos. Adoctrinada por su madre, mientras sus amigas se divertían, ella apuntaba su mira de Terminator computando herencias y calculando rentabilidad con la destreza de un actuario.
Asediada por la inminente miseria de clase media, se inicia en la conquista inventando toda clase de excusas y ardides para ocultar su mediocridad. Su familia hace malabares para aparentar la fortuna que no tienen y acceder a una clase social llena de privilegios y jugosos candidatos: Dicen peinarse en Alberto Sanders pero entran a hurtadillas en Dantuan Coiffeur con cupones 2 x 1, disfrazan el shampoo suelto en un antiguo frasco de Pantene, activan sus modernos celulares robados en aguantaderos de Munro y asisten a los outlets mensualmente con la constancia de Sarmiento.
Cuando la conchuda consigue un potencial candidato da el alerta y la familia comienza a funcionar como una máquina aceitada. Bajo las directrices de la madre, la orquesta comienza a tocar. Nada ni nadie podrá interponerse entre ella y su objetivo: mejorar la raza cruzando a su hija con un pichón de magnate. La cama del hermano es retirada del living y se abolla en el balcón, se inventa una mucama fantasma que siempre goza de franco, sirven pollo al champignon y como postre don pedro y la madre decide que es ocasión de estrenar las prendas que celosamente guardan desde Navidad.
Con el café, aparecen las fotos de 15 de la conchuda, y mientras el padre suda pensando cuánto falta para pagar la deuda, la madre procura destacar las fotos de la fastuosa comida para probar que no escatimaron en nada.
Pero si bien finalmente la conchuda logra atrapar un buen candidato, en lo que la madre sembró se encuentra la semilla de su propia destrucción. Habiendo logrado trepar a la clase social alta, la conchuda reniega de su origen de clase media y le vuelve la cara a sus parientes, a quienes excusa permanentemente con su familia política procurando que nunca vuelvan a cruzarse.
No obstante, si la entrenadora fue magistral, finalmente la conchuda rescata a su conchuda madre y la lleva a vivir a su casa con pileta en zona norte; en donde toman sol todo el día mandoneando a la mucama como nuevas ricas y planeando qué comprarán este verano en Miami.

parece la historia de wanda nara

Muy cierta tu historia ocurre en todos los barrios..
Y todos nos acordamos habernos topado con alguna de ellas en nuestras vidas..